martes, 13 de enero de 2009

MEDICINA CLÍNICA.-

El significado de la palabra “clínica”, según parece, viene del término griego “klinós”, que significa cama. Significa, por tanto, la medicina que se realiza al pie de la cama, como decían nuestros maestros.
La palabra “kliniké” se utilizaba para designar la actuación médica cercana o contigua a la cama del enfermo. Se refiere por tanto al contacto personal, a estar al lado del enfermo y con el enfermo. A su lado, física, moral y afectivamente. Debe haber, por tanto, una relación cercana, directa, y si es posible, familiar con el paciente.
El enfermo debe saber que estamos de su parte, sintiendo sus problemas y preocupados en estar al corriente de lo que le ocurre para intentar solucionarlo. Ha de ver en nosotros verdadero interés. El médico que no sepa sentir y demostrar ese interés, no debe ponerse al lado del paciente.
Esta definición tiene también otra vertiente a parte de la descrita más arriba, y es, que en este proceso de relación personal, ocurre un transvase de conocimientos desde el paciente al médico a través de la clínica, o sea, de la observación directa y cercana del paciente.
Todos recordamos el primer contacto que tuvimos con el enfermo, cuando ya siendo médicos, realizábamos nuestras primeras historias clínicas. Íbamos concentrados, como cuando un actor sale al escenario o un deportista al campo de juego, queriendo despertar su simpatía y aspirando siempre no defraudarle ni preocuparle, procurando ocultar nuestra falta de conocimientos y de experiencia.
Debe establecerse entre el médico y el paciente una verdadera empatía para que se de la medicina clínica.
En la mayoría de los casos, el paciente nos abre su corazón y agudiza sus sentidos para hacernos ver la toda la magnitud de su padecimiento, buscando en nosotros la solución a sus problemas. El médico en esos momentos es su asidero, su amigo, su dios, la solución de sus dificultades. Es así como el médico ha de tomárselo, intentando corresponder a esas expectativas.
La cercanía entusiasta y verdadera al paciente, la clínica en definitiva, es el mejor sitio para “hacer” y “aprender” medicina. Ese es el espacio donde los enfermos se desahogan, nos cuentan sus verdades, sus miedos y nos descubren el alma. Es el lugar donde el médico, revestido de su mágica influencia, puede consolar, aprender y curar. Es, en la cercanía del paciente, donde el médico de cualquier edad se forma y consolida su experiencia.
La experiencia es para el que la posee, un don, el conocimiento de muchas verdades, el poder opinar sobre muchas cosas, y a veces, el poder predecir el desenlace de muchos acontecimientos.
Le experiencia adquirida por cada médico estará en razón directa al número de veces en que éste se sitúe “cerca” del paciente. Esa vecindad sentida y verdadera, física y espiritual, es la que hará que estas experiencias se fijen de forma indeleble en la conciencia del médico. Son los pacientes los que por ser los verdaderos conocedores de aspectos de la enfermedad que no vienen en los libros, los que al sentir en sus carnes el sufrimiento, nos enseñan medicina y nos dan lecciones de vida.
Por tanto, para el médico, el contacto con el paciente es irreemplazable.
Con su relación, comprendimos en su día la existencia de la circulación sanguínea, el intercambio gaseoso con el medio, la complejidad y la labilidad de la existencia humana, la tragedia del dolor corporal y psíquico, la familia, el deseo de transcendencia, nuestra finiquitud y en definitiva, la realidad de la vida.
No existe otra profesión como la medicina para comprender toda nuestra existencia. No hay duda que a nuestro interés por el estudio, a nuestros años de práctica y a nuestra dedicación, debemos gran parte lo que somos, pero es al PACIENTE a quién que debemos agradecer gran parte de lo que sabemos.