martes, 2 de junio de 2009

Sueño de un cirujano jubilado.

Pocas profesiones requieren tanta entrega como la medicina. Se le tiene que dedicar mucho tiempo a la puesta al día. Son tantos años con el mismo tema, que cuando uno se jubila, le parece que no va a poder vivir sin ejercitar lo que sabe, sobretodo cuando se encuentra en plenas facultades físicas para poder seguir ayudando a los demás.
Con el paso de los días, aparecen nuevos quehaceres que ocupan gran parte de tu tiempo y que te hacen olvidar, en parte, tu profesión. Es como si estuvieras de vacaciones, como en años anteriores.También comienzas a practicar más ampliamente aquellas aficiones que antes apenas tenías tiempo de ejercitar. Y así van pasando los días. Pero, una noche, despiertas operando algún caso difícil. Al día siguiente le comentas a tu esposa que has estado operando. Otra noche sueñas con otro paciente que se aqueja de fuerte dolor abdominal que semeja un cuadro de perforación gástrica, pero que no reúne todos los signos y síntomas necesarios para asegurarnos de tal diagnóstico y en el que algunas pruebas diagnósticas esenciales son negativas. Has de tomar una decisión, tal como ocurre en la vida real. Has de comunicarle a El y a sus familiares cual es la sospecha clínica y el peligro que supondría dejar sin intervenir al paciente, si al final, como ocurre tantas veces, se trata de un cuadro perforativo. Entonces, cuando se instaurase la peritonitis, con todo lo ello que representa, sería acusado de no haber actuado a tiempo. En ese momento un ruido de la calle me despierta. Algo angustiado, sigues pensando en el sueño y decides ir al lavabo y beber agua para ver si así cambias de pensamientos. Al volver a la cama y cerrar los ojos, te aparecen las mismas imágenes y crees que vas a seguir con el mismo sueño. Te adormilas un poco y sigues considerando que tomar aquella decisión no es agradable. Tengo miedo de pasar el resto de la noche como si estuviera de guardia. Me veo ya en el quirófano y sigo cavilando en tantas cosas…..
Por un lado, se piensa: ya que lo operamos, más nos vale que tenga lo que decimos o lo que sospechamos que tiene. Así quedaremos bien delante de la familia y nos apuntaremos el tanto de haber acertado el diagnóstico, empresa no fácil, por de faltarle algunos de esos síntomas o signos que completarían el cuadro. Es seguro que tanto el anestesista como los enfermeros y tus compañeros de equipo te preguntarán si estás seguro de tu diagnóstico como para llevar al paciente al quirófano. La verdad es que es una cosa seria. Por eso preocupa tanto tomar esa decisión.
Por otro lado, piensas igualmente, que lo mejor para el enfermo sería que en el quirófano no encontráramos ninguna perforación y que tampoco tuviera otra cosa, o que lo que hallásemos no fuera grave, de forma que siguiera un postopertorio mucho más llevadero.
¿Y si no encontramos nada en la intervención y tiene, Dios no lo quiera, alguna complicación anestésica o de otro tipo? Los familiares pueden hacerme responsable de todo, a pesar de mi buena voluntad. Dirían que me he precipitado. Que, ¿cómo sin datos suficientes lo sometí a una intervención?
¿Será que el enfermo tiene alguna adicción y el nivel del dolor que otro paciente acusaría de forma más leve, en éste, por su adición, se manifiesta con esa apariencia tan espectacular que nos hace pensar en un abdómen agudo?
Si estuviéramos seguros que el paciente, a pesar de sus manifestaciones, no tuviera nada, nos ahorraríamos todas estas cosas. Pero la realidad es pocas veces tan sencilla.
¿Qué pensarán los familiares cuando salgamos y le digamos que no tenía nada de lo que pensábamos? Que podía no haberse operado y seguir tan tranquilo en su cama, con solo haberle puesto algún calmante.
Si lo operamos y acertamos en el diagnóstico, los familiares dirán, para eso están los médicos. Lo que nos dijo antes, que no estaba seguro del diagnóstico, es para darse postín y luego decir que acertó. Así nos tiene a todos en el bolsillo.
Al final, como no me había dormido, me volví a sentar en la cama, sin saber que hacer ante aquella situación. De pronto me vino la solución. Con cierto desahogo y hablando en voz lo suficientemente alta como para darme cuenta que estaba despierto, pero no tanto como para despertar a mi mujer, dije:
¡Si yo ya no soy ya médico! ¡Si esto ya no va conmigo! ¡Aquellos tiempos pasaron! ¡Ya me jubilé! Y me volví a dormir.